jueves, 26 de abril de 2012

Vender la piel del oso antes de cazarlo

Esta es la historia de un país en crisis en el que la prensa deportiva de sus dos ciudades más importantes decidió que tenía que crear una ilusión, que tenía que vender periódicos como fuera y que decidió ensalzar a sus respectivos equipos más allá de lo racional. Se pasaron meses vendiendo humo y hablando del gran derby que se iba a vivir en la final de la Champions. Todos hablaban del partido de la década, del siglo, del milenio… Tanto hablaron que contagiaron a todas las aficiones de ese desprecio a todos los rivales, que hicieron pensar a todos los seguidores de los dos clubes que sólo existían sus equipos, que eran los dos mejores del mundo con mucha diferencia, que eran invencibles.

Se escribían cada día páginas y páginas, columnas y columnas sobre cuál de sus dos delanteros era el mejor del mundo, de cual de sus dos equipos jugaba mejor, de cual de ellos iba a ser el campeón. Nadie pensó ni por lo más remoto que podían perder contra otro rival que no fuera su eterno rival.

Contagiaron ese desprecio por el resto de los equipos al resto de medios de comunicación y las emisoras de radio comentaban en tertulias una y otra vez lo mismo que se podía leer en la prensa. Y las televisiones autonómicas de cada una de las ciudades se empeñaban en demostrar que su equipo era mejor que el otro, que la Champions League era cosa de ellos dos y que los demás eran convidados de piedra.

Los dos equipos iban pasando eliminatoria tras eliminatoria hasta que llegaron a las semifinales en las que se enfrentaron, respectivamente, a un equipo de la pérfida Albión y a uno de las tierras teutonas. Pero pese a que se trataba de unos equipos que sabían jugar bien al fútbol y que podían presentarles problemas, ninguno hablaba de ellos. Solo seguían hablando de su rival de siempre como si no hubiera más equipos en el mundo.

Llegó el primer partido que ambos jugaron fuera de su país. Iban los dos muy crecidos, pero los dos perdieron por solo un gol de diferencia. Los medios de comunicación seguían diciendo que había sido un tropiezo, que pese a ello los dos iban a remontar en sus partidos de vuelta. Y llegaron por fin los partidos de vuelta. Primero jugó uno de ellos, y no consiguió ganar en casa. Quedaron eliminados. Nadie se lo podía creer en esa ciudad. Todos decían que era injusto, que ellos jugaban mejor, que seguían siendo el mejor equipo del mundo. Pero la realidad era que el primer gran favorito había quedado eliminado.

En la otra ciudad celebraron esa derrota. Su único rival, el único que les podía ganar había caído. Sacaron chistes, se mofaron de su rival y nadie pensó que lo mismo les podía pasar a ellos el día siguiente, que jugaban su partido. Pero llegó el día de ese partido y ellos tampoco fueron capaces de superar a los de las tierras teutonas. En su propia casa, en la tanda de penaltis tuvieron que ver como sus jugadores fallaban un penalti tras otro hasta que también quedaron eliminados.

La prensa no lo reconocía. Ellos eran mejores. El árbitro había sido el culpable, o la mala suerte, o lo que habían comido los jugadores, o la prima segunda del maestro armero… Cualquier cosa menos reconocer que su equipo, simplemente, había perdido, que esto del fútbol es solo un juego al que unas veces se gana y otras se pierde.

Mientras tanto, curiosamente, ninguno de esos medios de comunicación hablaba de otros tres equipos del país que, sin esos presupuestos tan altos, sin esa condición de favoritos, con su lucha y su esfuerzo, estaban también en semifinales de la otra competición europea que los medios despreciaban. Nadie les hacía caso. Nadie hablaba de ellos. Sin embargo, ya eran los únicos que podían estar en una final europea ese año.

Sin duda, a todos los que estaban eufóricos por la ansiada final les vino bien esa cura de humildad y el resto de habitantes de ese país tenían un único pensamiento común: No se puede vender la piel del oso antes de cazarlo.

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