Ayer jueves, Pedro salió de casa camino del
trabajo. Cabizbajo. Su “Aleti” había vuelto a perder otro derby. El vigésimo
sexto. Recordando las humillaciones de las que era objeto, en el colegio
primero, después en la universidad, y el cómo tenía que esconderse literalmente
de sus colegas madridistas cada vez que el eterno rival le mojaba la oreja a su
equipo, encaró el ascensor de la oficina. Planta cuarta. Sin embargo, ni el
guardia de Seguridad ni el conserje parecieron advertir su presencia. “Hola”,
“Hola”. Nada más. De camino a su mesa, Pasillo 3 Sector 5, misma tónica.
Saludos corteses sin más. Un momento, ahí llega García. Madridista acérrimo e
insigne tocapelotas. “Pedrito, ánimo chaval, que no lo hicisteis tan
mal”. Esas palabras se clavaron en el alma de Pedro como si fuesen cien
puñales afilados. Un sentimiento de rabia e impotencia recorrió su cara. Ya no
se sentía ofendido, como quince años atrás. Ahora además, humillado. Fue
entonces cuando, el bueno de Pedro respiró hondo, reflexionó y comprendió por
qué había sido tratado como si fuese un seguidor de un equipo de barrio por otro
de un gran club. La cosa estaba clara: ellos tenían a un crack mundial. Si no,
otro gallo hubiese cantado. ¡Qué mala suerte. Ese Curtoise! Sonrió, comenzó a
silbar el himno y se puso a trabajar.
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